SE PRESENTAN EL MARTES
• Estarán en la Facultad de Derecho de la UNT entre las 16 y las 18.
HERNÁN MIRANDA
LA GACETA
El Nuevo Gasómetro está repleto y miles de hinchas de San Lorenzo de Almagro festejan a su director técnico, Héctor “Bambino” Veira, y se mofan de Sebastián Candelmo, el chico que hace cinco años lo denunció por violación. Corre 1992 y Veira, en libertad condicional, ha vuelto a dirigir el Ciclón. Perdido en la tribuna popular, Sebastián Cuattromo (Buenos Aires, 1976) oye en silencio los gritos de los barrabravas. “En mi adolescencia yo era un hincha fanático de San Lorenzo, para mí era una cuestión de identificación viril -cuenta Sebastián tres décadas después-. Pero iba a la cancha y alrededor de mí miles de varones adultos, buena parte de ellos padres de familia, cantaban canciones reivindicando a Veira y burlándose, con nombre y apellido, del niño víctima. El nombre de ese chico circulaba en boca de toda la sociedad en clave de banalización. Y entonces, a mis 13 años, yo tenía la convicción de que si yo trataba de hacer algo con lo que me estaba pasando, la sociedad me iba a destruir”.
-¿Qué te estaba pasando?
-Yo, como el chico del caso de Veira, era víctima de abuso sexual infantil.
La pesadilla de Sebastián
En diciembre de 1989, cuando estaba por terminar séptimo grado en el Colegio Marianista de la Ciudad de Buenos Aires, Sebastián fue víctima del religioso y docente Fernando Picciochi. “En esa época, el Marianista era un colegio donde imperaba con mucha fuerza lo más burdo, lo más grotesco de la cultura machista y autoritaria, aquello de que un hombre se hace a los golpes, de que un hombre sufre y no llora, de que un hombre no exterioriza emociones ni sentimientos (y de que si lo hace, es un maricón)”, detalla Sebastián.
Una de las herramientas de manipulación que utilizaban los docentes consistía en la expulsión de los chicos que no coincidían con el “ideario marianista”, aun cuando para esos niños esa expresión fuera una abstracción ininteligible. Durante el ‘89, Sebastián y sus amigos corrían riesgo de expulsión: “nos tocó ser señalados por un profesor que nos decía, textualmente, que a nosotros, ‘manzanas podridas, nos sacarían para que no pudriéramos a las demás’”.
A fin de año, Picciochi invitó al curso de Sebastián a un viaje de egresados en Casa Grande, en las Sierras de Córdoba. “En una de las visitas de promoción -relata Sebastián- nos dijo a mis amigos y a mí que él sabía que nos estaban por echar del Colegio, pero que a su juicio nosotros éramos ‘buenos pibes’. Entonces nos pidió que fuéramos a la colonia de vacaciones: si nos portábamos bien, él iba a hacer un informe e interceder por nosotros ante las autoridades. Pero desde que llegamos a Córdoba vimos que era un personaje absolutamente arbitrario y sentimos que estábamos totalmente vulnerables ante su poder. Abusó de nosotros varias veces en aquella colonia y después una vez más, al año siguiente, en el Colegio”.
Fue el costo de la permanencia en el Marianista. Hasta entonces, Sebastián había sido un niño muy sociable, pero después del abuso se tornó retraído hasta el paroxismo, adquirió una actitud cercana a la fobia social. “Además, yo sufría mucho en mi propia casa. La relación con mis padres también estaba marcada por la violencia y el autoritarismo. Entonces mi situación era incomunicable e incompartible, porque yo tenía miedo en mi hogar”, expresa Sebastián.
La lucha de Silvia
En octubre de 2012 Silvia Piceda trataba de proteger a su hija de 11 años de su ex marido, que había abusado de la hermanastra de la niña de Silvia. Mientras recorría los juzgados de familia, conoció a un hombre que acababa de conseguir que condenaran a su abusador a 12 años de cárcel después de un largo juicio. Ese hombre era Sebastián, que en 2000 había presentado, junto a otra víctima, una denuncia penal contra Picciochi.
Como Sebastián, Silvia sufrió abuso sexual en su infancia, alrededor de los 10 años. Cuando en 2009 la hija mayor del padre de su hija la buscó y le contó que había sido abusada por él cuando era niña, Silvia se encontró con que la violencia sexual no sólo había sido parte de su infancia, sino que amenazaba a la persona que más ama en el mundo. “Entonces armé un grupo de madres que buscábamos proteger a niños víctimas. Una de las mamás me presentó a Sebastián, de quien me enamoré”, narra Silvia.
Adultos por la infancia
Se encontraron, se enamoraron y fundaron la organización no gubernamental Adultos por los Derechos de la Infancia, con la que hoy recorren el país para contar su testimonio, generar un lugar de encuentro para antiguas víctimas y brindar un puente entre los niños que hoy sufren violencia sexual y los ámbitos profesionales donde los pueden salvar.
De vez en cuando, Sebastián recuerda el caso de Veira y la vergüenza que sentía en la hinchada de San Lorenzo. “Todo mi compromiso adulto -transmite- tiene que ver con ser ese adulto que yo hubiera necesitado tener cuando fui víctima de abuso sexual infantil”.